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El futuro es asiático

Una ciudad en perpetua sombra. El escenario es la ciudad de Los Ángeles, año 2019. La cámara nos muestra una panorámica con una extensión infinita de rascacielos. Los vehículos de este futuro levitan y esos rascacielos se han convertido en las propiedades perfectas para la publicidad. La pantalla de plasma nos muestra una geisha con labios rojos y piel blanca, naturalmente elegante. ¡Esperad! Hay una geisha en una película de ciencia ficción. En este mundo los artesanos del antiguo Japón han sobrevivido y mantienen su prestigio.

La cámara corta a una vista peatonal de un callejón decrépito y encharcado. La gente come en puestos callejeros y los viandantes llevan paraguas y kasa (otro guiño a Japón). Sentado en un conducto de ventilación tenemos a Decker (Harrison Ford), que está leyendo un periódico, iluminado por kanjis de neón y televisores que parpadean. Cuando es su turno, el dueño del puesto le saluda con un “Irasshai!” (“Bienvenido” en japonés). El puesto, con toda la intención, parece sacado del Tokio de 1982. El propietario lleva ropa tradicional, habla en japonés y prepara una selección de platos de fideos con guarniciones.

El nombre con el que se conoce es Techo-orientalismo. Blade Runner (1982) y Matrix (1999) son solo un par de ejemplos.

Si vemos la película con una perspectiva occidental, nos parece natural que el futuro sea asiático. Hay algo sobre oriente que hace que los espectadores occidentales piensen: nuevo, avanzado, tecnológico. Si es verdad o no habría que debatirlo, pero el hecho de que el futuro en el imaginario de occidente siempre esté ligado a cualidades orientales hiper tecnológicas es irrefutable.

El nombre con el que se conoce es Techo-orientalismo. Blade Runner (1982) y Matrix (1999) son solo un par de ejemplos. Japón se convirtió en el rostro del tecno-orientalismo de los 80 junto al movimiento cyberpunk nacional y el dramático boom económico. China le seguiría en los 90 al emerger como país recientemente industrializado. En esencia, refleja la preocupación de occidente por la creciente supremacía del este como resultado de la globalización. El resultado es una lucha por la hegemonía cultural y económica. ¿Pero cómo se expresa esto en las películas?

 

Imagen cortesía de SciFi & Fantasy Costumes Gallery.

Demolition Man (1993) es un filme de acción protagonizado por Sylvester Stallone. Cumpliendo con una extensa condena penitenciaria, el ex oficial de policía Stallone revive en el año 2032 para capturar a un malvado criminal. La ciudad de Los Ángeles se ha renombrado y renovado como ejemplo de la civilización. La élite cultivada posee arquitectura y elegancia japonesas, y kimonos en negro, azul marino y gris, pero la influencia japonesa no acaba aquí. Los apartamentos son minimalistas, espacios abiertos de líneas rectas y limpias, y las habitaciones se separan por medio de paneles shoji.

Sin embargo, junto a la sofisticación y la cultura está el submundo. Literal. Hay un montón de gente viviendo en las cloacas, y digamos que en una alcantarilla no hay mucho espacio para telas opulentas y voluminosas. La gente que vive bajo la ciudad está cubierta por varias capas de suciedad y, aunque también llevan ropas de tonos grises, da la sensación de que la ropa no siempre fue de ese color.

Al final gana la gente sucia de las alcantarillas porque, al parecer, estar libre de enfermedades contagiosas como la sífilis no está por encima de la libre determinación.

 

Imagen cortesía de Fuck Yeah Firefly a través de Tumblr.

Antes de que se pusiera de moda el tecno-orientalismo estaba el “Orientalismo” de Edward Said. Se subyugaba culturalmente a oriente (Oriente Medio) para elevar el oeste a través de la creación de oposiciones binarias. Oriente se presentaba como estático, misterioso, exótico e irracional; y occidente como mutable, conocido, familiar y racional.

Serenity (2005) de Joss Whedon se encuentra en la línea del Orientalismo de Edward Said. La especie humana ha volado del nido, se ha expandido por el cosmos y ha colonizado multitud de planetas. Los planetas centrales conforman la desarrollada “Alianza”, mientras que los planetas más lejanos se parecen un poco al salvaje oeste americano. La visión del futuro de Whedon consiste en un abarrotado cambio de código de inglés a mandarín, fusión cultural y ambigüedad, y referencias a Oriente Medio. Uno de los personajes principales, interpretado por Morena Baccarin, se ha sacado directamente del “Manual para ser oriental”. Rodeada de damasco, incienso y finas prendas de gasa, personifica el misterioso y exótico oriente.

Oriente no ocupa su papel tradicional de incivilizado, pero a menudo se retrata como siniestro y malvado. Es un agente de control y manipulación que todo lo ve y todo lo sabe. De esa forma, el salvaje oeste, cuna de los sin ley, se reimagina como la cuna de la libertad.

¿Veis lo que pasa? Refuerza la idea libertaria de: “Sí, ser avanzado y civilizado está bien y eso, pero prefiero ser libre”. ¡Vamos a seguir adelante!

 

Imagen cortesía de Pliego Suelto.

En la adaptación cinematográfica de El atlas de las nubes de David Mitchell, una fabricante llamada Sonmi 451 toma un rumbo que provocará una revolución. El libro en conjunto trata sobre cómo nos apoderamos unos de otros y la película supone una interpretación bastante fiel. La historia se localiza en Neo Seúl, que parece ser el último bastión de la civilización. Sonmi es una fabricante que trabaja en el restaurante de comida rápida de Papa Song. En resumidas cuentas, su vida no es suya. Fue creada para vivir y morir en esclavitud.

Lo interesante es que el máximo exponente del modo de vida capitalista, una corporación, se hace realidad en Corea del sur. ¿Por qué? Porque está en consonancia con la percepción occidental de la Asia consumista. La ascensión de Corea del sur hasta ponerse al nivel de las mayores economías del mundo se puso en marcha de mano del General Park en los 70. Han pasado décadas y Corea del sur tiene su propia y singular marca de consumismo, en la que mantener las apariencias es más importante que la solvencia económica. Este híper consumismo es un elemento principal de la economía coreana, y El atlas de las nubes lleva este concepto varios pasos por delante, utilizando la historia de Sonmi como advertencia para todo el mundo y como una llamada a rechazar ese modo de vida.

Siempre hay un elemento asiático en todas las interpretaciones futuristas de Hollywood. Está tan normalizado que muchos apenas lo notamos, pero quizás deberíamos prestarle más atención. Quizá deberíais ver vuestras películas de ciencia ficción favoritas desde una perspectiva fresca. Y entonces podríais decirnos qué pensáis vosotros.

Escrito por Anna, traducido por Úrsula.
Imagen destacada cortesía de Vox.

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