¡Las Gyaru solo quieren divertirse!
Amura, calcetines anchos, choberigu, bailes Para-Para, las revistas egg y Cawaii!, los círculos gyaru, Britney Hamada… son solo algunas de las palabras que se nos vienen a la mente cuando escuchamos la palabra “gyaru”. Bueno, también pensamos en delincuentes, prostitución infantil, materialismo, consumismo e inmoralidad. El estilo emergió con las kogal a principios de los 90, alcanzó la cumbre en los 2000 y de nuevo en los 2010, pero en este caso algunas de las características esenciales del gyaru (piel bronceada, minifaldas, pelo teñido) se afianzaron en los primeros años.
Para muchos occidentales, el gyaru recuerda a los movimientos por el poder femenino que protagonizaron las Spice Girls y Britney Spears: mujeres tomando el control de su sexualidad. Sin embargo, en el caso de las gyaru se trata de una espada de doble filo. Estas jóvenes llevaban ropa divertida y veraniega, participaban en coreografías con música eurobeat y dictaban las tendencias de la moda como dependientas de las tiendas de Shibuya 109, pero también se las sometía públicamente al ridículo.
Imagen cortesía de Across: Street Fashion Marketing.
La palabra “gyaru” se utiliza desde los años 80 para referirse a las chicas fiesteras, pero fue la aparición de las kogal, con sus uniformes de diseño, las faldas subidas, el pelo chapatsu (castaño rojizo) y calcetines holgados lo que originó el movimiento que hoy se conoce como gyaru. A finales de los 80 llegó el auge de la cultura de la fiesta en Shibuya, y los chiimaa, estudiantes adinerados de universidad e instituto comenzaron a organizar fiestas extravagantes y clandestinas. Las Para-gyaru (precursoras de las kogal) eran las novias de los chiimaa. El nombre proviene de la revista de moda y estilo de vida JJ, que las llamó así porque vestían como “si vivieran todos los días en el paraíso”. Las kogal que acabarían originando el movimiento gyaru eran las chicas más jóvenes, las grupis que quedaban en los círculos chiimaa. Todos conocemos su historia: chicas adolescentes ricas de instituto privado que querían pasarse al lado salvaje.
La rebeldía, en cualquiera de sus formas implica la creación de la cultura de un grupo social. La moda juega un gran papel porque la forma en la que nos vestimos es clave en la afiliación individual y colectiva. Las kogal no son las clásicas rebeldes en las que pensamos al escuchar “rebelión adolescente” (ese título lo ostentan los punks británicos de los 70). Las primeras kogal venían de familias pudientes que les asignaban una cierta sensación de seguridad respecto a su presente y futuro, lo cual moderaba gran parte de la ansiedad que simboliza la rebeldía de los jóvenes. Se podría describir mejor su rebelión como casual. Molestaban un poco, pero no alteraban nada.
Lejos quedaban los uniformes de marinero, y se abrieron paso las chaquetas y faldas de tartán diseñadas por gente como Kansai Yamamoto.
Las kogal se rebelaron… llevando sus uniformes escolares. ¿Por qué? ¡Porque eran de diseño! La competición entre las escuelas privadas debido al descenso de la natalidad dio lugar a todo tipo de estrategias de márquetin. Este movimiento de los uniformes de marcas a finales de los 80 dio paso a la reimaginación del uniforme escolar japonés. Lejos quedaban los uniformes de marinero, y se abrieron paso las chaquetas y faldas de tartán diseñadas por gente como Kansai Yamamoto. Llevar el uniforme se convirtió en motivo de orgullo.
Aunque las kogal parecieran inofensivas, fueron las causa de toda una ola de pánico moral. No hay nada que llame más la atención pública que la inminente destrucción de la sociedad. Puede originarse debido al satanismo incontrolado, letras de canciones violentas o anarquismo. El miedo de las masas, al menos la mayor parte, lo impulsan los medios de comunicación porque la furia no solo vende, sino que se propaga. Y la respuesta es todavía mayor cuando se trata de los niños, ya que, después de todo, son el futuro. Se considera que los niños del mundo son inocentes, los males de la sociedad todavía no les han corrompido, y por eso se les tiene que proteger a toda costa. En la sociedad japonesa las chicas representan vulnerabilidad, pureza y decoro, y se supone que eso se tiene que ver reflejado en sus modales y en la forma en la que visten. Los ideales japoneses respecto a las chicas estipulan que tienen que ser pequeñas y delicadas, dóciles y amigables, y por eso es tan peligroso que se corrompan.
Imagen cortesía de Across: Street Fashion Marketing.
Las auto sexualizadas kogals, con sus suaves piernas bronceadas y su relajada desobediencia a las normas nos relatan una fábula en tiempo real sobre el deterioro moral de los jóvenes. Algo se ha estado haciendo mal en Japón para que las chicas se estén comportando de esta manera.
Los extranjeros y los propios japoneses ven a Japón como un país avanzado económicamente y con una tasa baja de delincuencia. Las kogal y la creciente ansiedad sobre la identidad nacional como resultado del colapso de la burbuja coincidieron con la percepción de que la delincuencia había aumentado. En realidad era así, sí que había aumentado, pero porque había cambiado la forma de denunciar y registrar los delitos. La cobertura de los medios desarrolló una narrativa en la que la sociedad se desmoronaba, y el resultado fue la pérdida de la confianza pública en el sistema judicial
Imagen cortesía de Middle Edge.
La tecnología suponía una parte importante de la cultura kogal: los buscas, a los que se llamaban pokeberu (del inglés pocket bells “campanas de bolsillo”) hacía posible que los amigos se comunicaran, mientras los terekura, “clubes telefónicos” ofrecían citas telefónicas. Estos servicios normalmente los utilizaban hombres para concertar citas con chicas jóvenes. Fueron precisamente los terekura los que acabarían proporcionando la infraestructura para las enjo kōsai (citas transaccionales), que en la mayor parte de occidente se equipararía con tener un sugar daddy. No lo dudéis, los terekura eran una fachada para la prostitución, y hombres de mediana edad mantuvieron relaciones sexuales con adolescentes gracias a ellos. Sin embargo, para las primeras kogal, estos eran unos espacios mucho más inocentes: se gastaban bromas organizando citas falsas y mantenían conversaciones tontas. Hay gente que afirma que los enjo kōsai era en realidad un ejemplo de que esas chicas y mujeres trabajaban explotando el sistema.
Es interesante observar el cambio de perspectiva: una chica joven que enseña las piernas se convierte rápidamente en una gatita precoz. Funcionó a la perfección con la fantasía Lolita de Vladimir Nabokov. Es verdad, las chicas pueden ser traviesas, pero los chicos también. Asociar a las kogal con el sexo creó una ficción en la que las adolescentes tenían todo el poder. La extensa cobertura de los medios le dio un giro lascivo: ¡las adolescentes acuden en manada a Shibuya buscando sexo, desenfreno y bolsos de diseño a costa de los asalariados de mediana edad!
Se tomaron medidas severas con los enjo kōsai y las kogal se hicieron mainstream gracias a futuras estrellas del J-Pop starlets como Namie Amuro y revistas tan influyentes como egg. ¿Las kogal marcaron el principio del fin de la sociedad japonesa? No. Japón no es una cloaca de carencia moral y crimen. De hecho, la mayoría de los extranjeros lo percibe como un lugar bastante seguro. Al principio las kogal solo eran un puñado de chicas ricas que tonteaban con la desobediencia y querían pasarlo bien. Tiempo después las gyaru han hecho lo mismo, aunque de forma mucho más extrema… ¿pero acaso no es eso lo que hacen los niños?
Escrito por Anna, traducido por Úrsula.
Reference: Néojaponisme